Editorial Periodico Hoy.
En la era de Trujillo, la Justicia era un instrumento al servicio del sistema. Y aunque cubrió apariencias y tuvo algunas figuras probas, no pasó de ser una mala comedia. Luego vino el mandato de Juan Bosch, que fue el primer ensayo democrático y que debió ser un paso hacia la instauración de un régimen de plenos derechos, pero otra vez la sinrazón pudo más que la razón. Más adelante Joaquín Balaguer hizo de la justicia su bisturí de disección ideológica, con coroneles disfrazados de jueces y granada con la numeración limada omnipresente para justificar encierro de ideas.
Otros llegaron después ataviados de libertadores, pero el aparato judicial siguió siendo instrumento a la medida de la voluntad del jacho prendío dominante. Y a pesar de los saltos cualitativos introducidos por los relevos morados, todavía tenemos un estamento en el que la impunidad multiplica reincidencia y las fichas se mueven más por la voluntad política dominante que por la necesidad de un efectivo garante de libertades, derechos y seguridad ciudadana.
El común denominador en todas las etapas es que el aparato judicial ha sido un rehén de las fuerzas políticas dominantes, que antes como ahora, y quizás más adelante, siempre tratan de tener sus fichas políticas en posición de dominio. Hace falta una sacudida moral para que haya independencia judicial.
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