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jueves, 27 de febrero de 2014
Caudillismo, clientelismo y nepotismo
Por FRANCISCO S. CRUZ
EL AUTOR es presidente del PLD en Washington, donde reside.
La obra ensayo-testimonio de Mario Vargas Llosa “El pez en el agua” es una suerte de clásico para auscultar en la praxis política menuda de nuestra América Latina. En esa obra el autor desnuda su vida familiar, literaria y política, pero algo más, desnuda el carácter “pedestre” de la política. Ese vaho pestilente del vertedero en que casi siempre deviene la actividad política.
Para mí –y ya lo he sostenido-, el año de 1996 marca el declive-relevo de los grandes los liderazgos ‘caudillezcos’ en nuestro país, encarnado post-dictadura trujillista en Balaguer, Bosch y Peña-Gómez. Una trilogía de líderes políticos que independientemente de sus respectivos espectros político-ideológico-filosóficos tenían una formación enciclopédica adornada de oratoria y de una ligazón primaria con las fuerzas sociales sustento de sus liderazgos.
En síntesis: Balaguer era el caudillo y cuadro-orgánico del trujillismo que devino en líder político-electoral de la derecha con acentuado liderazgo en el campesinado; Bosch la antítesis del trujillismo (y no importa aquella carta – que sus detractores enarbolan para reducirlo e igualarlo a otros-, si sabemos que no fue ideólogo-intelectual orgánico de aquel régimen-carnicería 1930-1961), progresista que desembocó en marxista metodológico, pero más que ello y en la práctica política, en líder de la pequeña y media burguesía (profesionales, estudiantes, obreros, amas de casas, chiriperos, etc.); Peña-Gómez en cambio, fue el líder popular-democrático, socialdemócrata teórico y pionero –como líder- de las relaciones internacionales (un antecedente de la historia del PRD en el exilio y de sus líderes fundadores: Juan Bosch, Cotubanamá Henríquez, Jiménez Grullón, entre otros).
De modo que desparecidos Balaguer, Bosch y Peña-Gómez lo que quedó (de ese paradigma ‘caudillezco’) fue una espantosa miseria política-doctrinaria: una retahíla de actores políticos formados y curtidos en el arte nauseabundo de la corrupción pública, los fraudes electorales y la visión pragmática de que el Estado es un botín y que las alianzas políticas-electorales son siempre –y al menos en nuestro país- repartición del organigrama estatal y las alianzas programáticas (¡con la excepción de Bosch-1962!) un imaginario de imposible pacto-concreción.
De hecho que la escuela política, exitosa y de poder, resultó ser no lo que dos de esos líderes exhibieron con su vida pública, su oratoria y formación enciclopédica (caudillismo ilustrado), sino, la que el más aventajado de ellos –y desde el poder- implantó para perpetuarse en el poder a través de subterfugios politiqueros, tecnicismos-mañas, represión policíaca-militar, fraudes electorales, obras de infraestructuras suntuosas -al margen de otras necesarias y visionarias- para borrar, en algunos casos específicos, la memoria histórica colectiva, corrupción pública e histrionismo político-histórico de película.
A Bosch y a Peña-Gómez, en el contexto de esa diéresis-cartografía política-poder (1963 hasta su muerte), les tocó: al primero, perfilar-concretizar una escuela política (para hacer la diferencia política-doctrinaria: el PLD 1973-1994); y al segundo, tratar de disciplinar un instinto (1939 y hasta la fecha) que al final, paradójicamente, propuso y proclamó a Joaquín Balaguer “Padre de la Democracia Dominicana”.
Ahora bien, con esto no quiero que se infiera ni que se entienda que estoy diciendo que el caudillismo ha muerto. No, ese atavismo político-cultural está “vivito y coleando” en la praxis de los liderazgos subalternos y jerárquico de nuestro sistema de partido (con sus contadas excepciones). ¿Dónde? Sencill en los caudillismos ministeriales (ministros que llevan años –de experiencia y privilegio- siendo ministros, entonces, ¿qué son?), hay (y hubo) familia –de político de apellidos sonoros- con tres y dos ministerios en su mesa, hay otras también con ramificaciones de poder en los tres poderes del Estado; gobernadores de instituciones autónomas-técnicas cuasi vitalicio, y hay también, ministerios y direcciones generales repletos de caudillismo y nepotismo. Como vemos, hay evidencias históricas-fehacientes para creer que el caudillismo “institucional”-estatal, de partidos políticos y de familiares no ha desaparecido.
Sin embargo, hay que deslindar una cosa de la otra: no está bien que un partido (o un sistema de partidos) cualquiera se dé por entero a esa práctica (caudillismo, clientelismo, nepotism de familiares, amigos y relacionados que se extiende –casi siempre- a las estructurales jerárquicas de los partidos políticos), pero tampoco no está alejado de la práctica universal de que cada partido político en el poder –eso sí, sin criterio clientelista ni de nepotismo- tome sus mejores cuadros y los coloque en la jefatura gerencial de su gestión pública.
Esto no se discute ni en Europa ni en la China. Igual con sus cuadros medios calificados que no deben ocupar posiciones de relego y sin relevancia (el PLD es, al respecto, un partido pendejo), mientras cuadros políticos (de la oposición) disfrazados de “técnicos” desplazan y almacenan municiones para mejores tiempos (para cuando su partido vuelva al poder). O caso peor –y se da con frecuencia-, que la agenda de la llamada “Sociedad Civil” (un partido político) asalte y decida sobre asuntos fácticos-estratégicos.
Y volviendo al meollo del asunto, concluyo que efectivamente el caudillismo –visto en su complejidad y modalidades- no ha muerto, pero tampoco creo que el relevo (1996) fue la continuación –de los grandes liderazgos ‘caudillezcos’- sino la ruptura que no encontró contrapartida en sus pares (pequeños burgueses –en mayoría- habidos de poder y nombradía) que colgaron la escuela-diploma y curiosamente sólo encuentran un culpable: aquel que les abrió la puerta y les dio la oportunidad de hacer –en el ejercicio del poder y de la política- gestión pública, algunos errores (como el pésimo proceso de privatización de las empresas públicas, entres otros), algunas reformas y poner al país en el mapamundi.
Finalmente, es bueno analizar y desafiar al caudillismo, al clientelismo y al nepotismo cuando se ha hecho “acumulación originaria” de nombradía pública montado en la cresta de un liderazgo relevo histórico-generacional que abrió puerta, cobijo otros liderazgos, hizo reformas, y encima –y transitoriamente, eclipsado-, ahora hiede, estorba y molesta.
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