Editorial del Diario Libre. 30/5/2013
Cada 30 de mayo el país conmemora el ajusticiamiento del dictador Rafael Leónidas Trujillo aquella noche memorable de 1961, cuando el clima era ya irrespirable en el país y los vientos de la libertad soplaban por toda América.
En
efecto, en la segunda mitad de la década de 1950 varias dictaduras
latinoamericanas sucumbieron ante los avances de sus pueblos,
convirtiendo a la dictadura de Trujillo en un anacronismo.
Sin
embargo, a pesar de que la dictadura se estaba ahogando en su propia
sangre, faltaban los hombres capaces de sostener una conspiración sin
ser develados y de ejecutar la acción que decapitara la dictadura más
sangrienta de nuestra historia.
No obstante, con la muerte
del tirano no murió la dictadura. Un gobierno opresor de tan larga
duración crea una cultura autoritaria que se prolonga en el tiempo y
afecta el desarrollo de las libertades y de las instituciones
democráticas. Es por tanto, deber de las actuales generaciones ir
saneando nuestro pensamiento de los signos vigentes de esa dictadura.
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