Palabras de Minou en la inauguración de monumento en honor a las hermans Mirabal
Fuente :Muro Facebook de Eva Alvarez
MIS
PALABRAS DE HOY, EN EL PUENTE MARAPICA, INAUGURANDO EL MONUMENTO
DISEÑADO POR LA ARQ. SARA GARCIA Y REALIZADO POR EL AYUNTAMIENTO DE
PUERTO PLATA Y LA FUNDACION CULTURAL RENOVACION, EN EL LUGAR DONDE
FUERON INTERCEPTADAS LAS HERMANAS MIRABAL Y RUFINO DELA CRUZ PARA SER
ASESINADOS:
Más justicia, menos impunidad, más democracia
Ahora más que nunca, para reivindicar verdaderamente las memorias de
Patria, Minerva y María Teresa Mirabal y su legado de heroínas, pienso
que primero tengo que establecer muy claro para la historia el contenido
político de estos crímenes de Estado. Porque no hay que olvidar que el
compromiso de mi madre y sus hermanas fue un compromiso humano y
político. Un compromiso militante con la verdad de su momento histórico,
con la dignidad del desarrollo de su país, con la libertad contenida en
el espíritu de ese concepto y, sobre todo, con la democracia que, 52
años después, todavía tiene tantos retos pendientes.
Yo quisiera
borrar de la faz de la Tierra este lugar. En cambio debo hablar sobre
él, con ustedes que nos acompañan solidariamente. Por lo mismo, les
confieso que desde el momento en que empecé a esbozar estas notas
comprendí que corría el riesgo de no poder hoy y aquí ni terminarlas, ni
decir muchas cosas…
Y es que, en lo que a mí respecta, los
cincuenta y dos años transcurridos desde los infaustos acontecimientos
que hoy conmemoramos en este puente de Marapicá, en lugar de alejarme de
una infancia que va tomando cierto color sepia en las fotografías,
inexplicablemente me aproximan cada vez más -como en un efecto de
retorno indefectible- al dolor original de los primeros años. Ese dolor
con el que crecí, desprovista de un lugar exacto donde esconder las
lágrimas de la ausencia abrumadora de mi madre, a pesar de que su propia
estirpe se encargó generosamente de que nunca me faltara el pañuelo
donde enjugarlas. Ni tampoco el amor que me ha permitido hacerme la
fuerte durante toda mi vida… y efectivamente serlo.
Al referirme a
mi madre y a mis tías siempre he preferido hacerlo desde la evocación de
sus vidas. Fueron sus vidas -con su trayectoria transparente, vertical,
inefable- las que les otorgaron un lugar trascendente, no sólo en la
historia de nuestra democracia y de nuestro país, sino en la de la
humanidad completa.
Sin embargo, venir aquí, hablar aquí en este
lugar donde empezó el espantoso final que arrancaría de la piel de sus
familias y de sus comunidades las presencias entrañables de esas
personas que fueron Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, me deja una
herida que el tiempo en lugar de cerrar profundiza. Una herida que se
ensancha como un horizonte desgarrado por cada vez más preguntas sin
respuestas, más impotencia y más compromisos pendientes. Eso es quizá
mucho más de lo que mi orfandad de Minerva pudiera (y tal vez quisiera)
soportar. Porque se supone que sería su regazo el lugar exacto donde no
necesitaría nunca hacerme la fuerte y porque este escenario es, como
decía hace un momento, en el imaginario de la hija que soy, simplemente
el inicio de la agonía de mi madre.
Quizás no pueda hablar mucho
pero sé que hay cosas que no puedo dejar de decir aquí y ahora, para
salvarme a mí misma en las premonitorias palabras de Minerva Mirabal:
"Si me matan, yo sacaré mis manos de la tumba y seré más fuerte".
Y es que fue precisamente aquí, en este lugar, donde se sembraron sus
brazos. Aquí la tierra se hizo Patria abonada por su sangre. Aquí se
inició el vuelo indetenible de las Mariposas. Porque desde aquí fueron
llevados a su primera tumba (la más terrible) Patria, Minerva, María
Teresa Mirabal Reyes y Rufino de la Cruz.
Por todo eso, si bien es
imposible no referirme a sus muertes ni evitar las fragilidades que
acepto y que me son concedidas por el dolor original, el primigenio,
venimos hoy aquí, a convertir este lugar en monumento, para garantizar
que siempre estén a salvo de la indiferencia y del olvido.
Por eso
no debemos cansarnos de repetir que ahora más que nunca hay que dejar
claro para la historia el contenido político y humano de estos crímenes
de Estado y el pacto militante con la verdad, con la libertad, con las
luchas históricas del pueblo dominicano.
Aquí, en el puente
Marapicá, donde también empezó efectivamente a detenerse -y esperemos
que para siempre- la vida misma de aquella tiranía, debo también repetir
que la mayor parte de los retos de mi madre y sus hermanas siguen
estando pendientes: más justicia, menos impunidad, más libertad de
pensamiento, menos violencia, mayor desarrollo y educación para nuestros
hombres y mujeres, menos pobreza, más democracia, más democracia, más
democracia.
Como las banderas que nunca terminaron de confeccionar
para llevarlas sobre su pecho el día de la libertad y que quedaron
descansando con sus vívidos colores sobre las máquinas donde
laboriosamente iban siendo gestadas por ellas, así sigue quedando
nuestro reto, el mismo de ellas: la Patria. Esa patria a la que
entregaron muy cerca de aquí sus muertes, no sus vidas que hoy iluminan
la tierra toda. Desde esa Patria emergen, tal y como ella lo anunció,
los brazos de Minerva.
También mi propio compromiso, que su memoria cada día de mi existencia renueva.
Yo quisiera borrar de la faz de la Tierra este lugar, con todos sus
minutos y sus horas. Es duro no poder hacerlo. Es cruel estar aquí
inaugurando este monumento. Pero por duro y cruel que sea, su crueldad
no alcanza a la barbarie que tuvieron que vivir, en plena lozanía de
vida, tan solo por creer y luchar por los valores democráticos, mi madre
y mis tías.
Por eso estoy hoy aquí y muchas gracias.
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