Hace unos tres días estuve en una tienda cercana al parque donde se
recrea la parentela del síndico. Había dos jóvenes mujeres y un hombre
quizás de unos 25 años, que atendían. Como no había otro cliente, pues
es una tienda pequeña y especializada, tuve la oportunidad de ponerme a
conversar con ellos. Fue corta sobre imposiciones e impuestos que está
de moda y derivó hacia los tiempos de caliés, el SIM, sus carritos
cepillos, de los tiempos de Trujillo. Ninguna de las muchachas sabía
que era el SIM o un calié, a pesar de que aun hay figuras señeras que
agotaron tiempo y maldad en esos menesteres, y que por alguna rara
coincidencia el gobierno de la llamada reforma los mantiene aun hoy en
altísimos puestos oficiales y la población los tolera y hasta distingue.
Nunca habían oído hablar del terror de las cárceles, de la cuarenta
ni de ninguna otra, del temblor y sobresalto que nos invadía al oír que
el silencio de las tranquilas noches de entonces era roto por el sonar
típico de unos de esos magníficos carritos que se acercaba en su
continuo y lento patrullar. El corazón no se calmaba hasta que lo
sentía seguir de largo e irse perdiendo en la distancia, quizás ante las
plegarias para que no se detuviera frente a nuestra casa y se llevase a
nuestro padre, hermano o hermana o a nosotros mismo. Verlos venir
hacia uno en una calle cualquiera, con tres hombres dentro de caras
duras y despiadadas, todopoderosos, de mirada torva e inquisidora, que
se placían con nuestro miedo, nos miraban, nos escrutaban y murmuraban,
pues en sus manos y voluntad, en su percepción estaban hasta nuestra
vida, hacienda y familia.
Estas jóvenes tampoco conocían de desaparecidos ni de cómo ese actuar
de “sálvese quien pueda” que adoptamos, creó tantos aduladores, perdió a
tanta gente inocente y creó tanta división aun en la misma familia,
cuyas secuelas aún perduran.
Tampoco sabían de Johnny Abbes, y ya no seguí preguntando, pues era
obvio que a ningún otro lo conocerían por nombre ni acción. El joven sí
sabía que calié era sinónimo de chivato.
Este episodio me puso a meditar de cómo es posible que las tragedias,
la historia se olvide en solo 50 años. Que a las nuevas generaciones
no se les alimente con los acontecimientos que nos han dado vida como
pueblo, como fuimos dominados por el vecino Haití, nuestras luchas
libertarias y nuestros Padres (¿tres?) de la Patria, con énfasis en los
hechos oprobiosos a que fuimos sometidos con el devenir de los años y
que hicieron claudicar totalmente y por 31 años la libertad que siempre
ha sido tan precaria en nuestro pasado. Esas tristes experiencias
vividas para que hechos similares no se repitan. Para que no sigamos
imposibilitados de despegar hacia estratos superiores de desarrollos.
Más aun, con la sospecha de que quizás intencionalmente les mantenemos
huérfanos de los valores cívicos que todo pueblo necesita para su salud
colectiva. La gran presencia de jóvenes en nuestra población requiere
necesariamente de orientación y guía. ¿Cómo podrán afrontar el
porvenir, si ni idea tienen de sus orígenes, de los tropiezos y avatares
que colectivamente hemos sufrido?
Las experiencias olvidadas dejan de ser experiencias y estamos condenados a vivirlas de nuevo.
No en balde tenemos un pueblo de abúlicos, de acarreados, que vive
como los pajaritos el día a día, donde los viejos olvidaron la historia y
los jóvenes nunca han oído hablar de ella, ni les interesa, ni muestran
inclinación por conocerla.
Donde los tuertos son reyes y nos esquilman, pues ciegos los demás,
ni claro tenemos los deberes y derechos ciudadanos, ni los conceptos de
democracia, y aceptamos que la justicia sea sólo para ensañarse contra
quien roba un salchichón, ni siquiera para quien lo elabora contaminado
con excremento, ni para los de cuello blanco, ni para los políticos que
tienen total impunidad antes desmanes, desfalcos y todo tipo de abusos y
violaciones a las leyes, soportado y avalado por nosotros que así lo
queremos y lo permitimos.
Quizás sea los genes de la esclavitud, cortesía del Padre de las
Casas durante el descubrimiento, nos inclinen a aceptar amos y señores y
arrastrar las cadenas de falta de dignidad
En tiempos de Trujillo nos envilecía el control férreo, el miedo, el
temor al maltrato y muerte, el terror generalizado. Ahora con el
modernismo se ha descubierto que para la mayoría, el dinero es más
efectivo, dinero que además nosotros ponemos, que nos sacan de los
bolsillos, sin oposición mayor, y que tiene el don de que nos hace auto
envilecernos, y ayuda y sin límites. Ya no son necesarias ergástulas
llenas de torturadores, ni desapariciones, ni cepillos y caléis, vamos
haciendo filas sumisos y hasta rodillas a vendernos, por efectivo, una
tarjetita de centavos o hasta por simples promesas, que son aun mejores,
pues no cuesta y mantienen la expectativa y el estado de sumisión y
comportamiento vil. |
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