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lunes, 24 de septiembre de 2012
El golpe del 1963
Por Juan José Ayuso
Quizá no había en el país del ajusticiamiento de Trujillo el 30 de Mayo de 1961 un demócrata liberal tan convencido como Juan Bosch, político y candidato a la presidencia por el Partido Revolucionario.
La llamada izquierda democrática a la que pertenecían también Rómulo Betancourt, de Venezuela, José Figueres, de Costa Rica y Luis Muñoz Marín, de Puerto Rico, tomaba cuerpo como la “respuesta” al socialismo revolucionario que postulaba la revolución cubana de Fidel Castro, en el poder desde enero de 1959.
El experimento costarricense databa de 1948, cuando Figueres encabezó una revolución armada que convertiría a su país en el ejemplo de democracia representativa que es todavía hoy.
El de Venezuela, de poco tiempo antes, daría inicio a una alternabilidad de partidos que muchos años después sería pervertida y subvertida por la corrupción y que terminaría con la consumación de los partidos Acción Democrática y Copey.
El que encabezó Bosch apenas levantaría el vuelo durante siete meses. Fue derrocado por un golpe de Estado que involucró a la oligarquía, a la iglesia católica, a Estados Unidos, a los jefes militares trujillistas y a todo el que por conveniencia, aquí, calló ante esa violación de la soberanía popular.
Bosch no era radical ni en sueños, como no fuera en la honesta administración de los fondos del erario y de la incumbencia de sus funcionarios, encabezados por él mismo.
La Unión Cívica Nacional, que sin dudas contaba con demócratas en su seno, estaba dominada por intereses oligárquicos y trujillistas cegados por la ambición personal y por un “anticomunismo” que, para empezar, no sabía lo que era el comunismo.
En el poder, como lo demostraría después del golpe de Estado del 25 de setiembre de 1963, esa gente trabajaría para su enriquecimiento a costa del método de corrupción y envilecimiento como forma de gobierno.
Bosch, quien había llegado al poder con la política pragmática del “borrón y cuenta nueva” que le permitó sumar los votos de los trujillistas y de una mayoría del pueblo a la que se quería hacer entender que había sido trujillista, impuso desde el poder una política que sólo fue radical en cuanto a la honradez y a la honestidad en el ejercicio de las funciones públicas y la administración del Estado.
Las fuerzas negativas involucradas en el golpe del 63 no podían invocar la honestidad de Bosch y del PRD como excusa para derrocarlo y, de moda por reacción contra la revolución cubana y la guerra fría, los acusaron de “comunistas”.
Y bajo esa bandera opositora cayó el gobierno constitucional, lo que le costaría al país la perversión y subversión de la democracia y 22 años de gobiernos directos y muchos más de influencia del neotrujillismo despótico de Joaquín Balaguer.
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