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sábado, 24 de septiembre de 2016

Amín, Homero: en la carrera absurda entre la vida y la muerte ¿quién llegará primero?

Jimmy Sierra
Cuando Gregorio Luperón, en septiembre de 1851, leía las “Vidas Paralelas”, de Plutarco, no pasaba por su cabeza que, muchos años después, también en el mes de septiembre, en Santo  Domingo se producirían paralelismos semejantes.
En verdad, en los años 1970 y 1971, mientras aquí se vivían los tenebrosos Doce Años, en algunos otros lugares aparecían asomos de esperanzas, pues en Chile, el primero de esos años, Salvador Allende ascendía al poder, de la mano del Frente de Unidad Popular:
Mirna y Amín
Y en el 1971 John Lennon grababa su mayor éxito:https://www.youtube.com/watch?v=9Q0Eyw3l3XM
Estos y otros hechos relevantes lo sabían Valentín Pérez Terrero y José Enrique Trinidad, el primero, uno de los reporteros gráficos más grandes que ha conocido el país y, el otro, uno de los intelectuales más sólidos en materia de música, folclor y otras teorías.
También, y mucho más, Amín Abel Hasbún y Mirna Santos. Y Homero Hernández y Elsa Peña.
Ellos lo sabían todo. Pero no así las dos criaturas que se gestaban en los  vientres de las dos mujeres, para las cuales el mes de septiembre tiene todavía un sabor amargo.
Aunque, para Mirna, fue dulce el momento en que todo comenzó, cuando le dio un beso a Amín, en el momento en que éste era electo secretario general de la Federación de Estudiantes Dominicanos (FED), quedando sellado el noviazgo a partir de ese momento. Corría el año 1963.
En el caso de Elsa, el flechazo se produjo cuando Anulfo Reyes conducía su vehículo, acompañado por Homero Hernández, quien vio a una hermosa chica que corría despreocupadamente: “Qué gacela más bella”, exclamó Homero. Y fueron novios también, desde ese día. Era la navidad de aquel inolvidable 1966.
Homero Hernández, Elsa Peña, su esposa, con su hija Keskea
Esas eran historias de amor, no tan interesantes como las de tipo político-social a la que estaba acostumbrado Valentín Pérez Terrero, quien avanzaba por la San Martín, hacia EL NACIONAL, aquel 24 de septiembre de 1970, al término de sus vacaciones.
No se diría lo mismo de José Enrique Trinidad, pues combinaba con buen gusto, los temas románticos e inocentes, con los de la revolución, como lo demostraba esa mañana fría del 22 de septiembre de 1971, al aprestarse a poner, por la emisora HIJB, en el programa “De todo con su música”, a Mercedes Sosa:     https://www.youtube.com/watch?v=OLSw07K90dA
Es una bella canción, pero no podría ser disfrutada por criaturas de  meses de gestación, como las que vibraban en los vientres de Elsa y Mirna.
“¿Qué se estará gestando?”, pensó Valentín, al llegar a la altura de la calle Moca y observar algo extraño. Acostumbrado a olfatear la notica, como un sabueso entrenado, este zorro de la fotografía intuyó que algo grave estaba pasando, pues vio a varios agentes en el lugar. Debía buscar una respuesta, sin saber que, en el aire, subyacía otra pregunta: ¿Y si hay una criatura en el vientre de la madre, puede oír el sonido de un disparo en la nuca? ¿De un tiro de gracia que ejecuten para asegurarse de que su papá no vivirá más?
De la misma manera que a José Enrique Trinidad, en septiembre de 1971, se le podría hacer esta otra pregunta: ¿Una niña, una criatura, con ocho meses en el vientre de su madre, tendría alguna forma de sentir un tableteo de balas, cuando están acribillando a su progenitor?
Mirna ese día –mejor, esa noche –podría recordar su boda, en plena guerra de abril, sin saber lo que se avecinaba. Y de cómo y por qué Amín fue convencido de asistir a una iglesia católica a cumplir la ceremonia, en ese momento crucial, cuando Homero Hernández fue a tomar la fortaleza Ozama, junto a Baldemiro Castro, Leal Prandy (La Chuta), Sóstenes Peña Jaquez y otros. Incluso, Elsa no olvidaba, al llegar a la avenida San Cristóbal, que a Fafa Taveras se le escapó un disparo que afectó el tímpano de Homero.
Entierro de Amín Abel Hasbún
Mirna y Amín tuvieron que volver rápidamente a la capital a ponerse a disposición del 1J4. Poco después, al terminar la guerra, Amín protagonizaría uno de los capítulos más luminosos de toda aquella historia cuando, al frente de un comando armado, asaltó a “Radio Guarachita” y dejó que de sus labios salieran estas palabras:
“En estos momentos las tropas del CEFA, dirigidas por los yanquis, tienen rodeado al coronel Caamaño y los suyos en el hotel Matún, de Santiago”. Y de inmediato la capital se incendió de nuevo, obligando a que los atacantes se retiraran y salvaran sus vidas Caamaño y la mayoría de su gente.
Eran recuerdos duros, como duro fue el momento en que Valentín, cámara en mano, pensó en lo peor, al ver rodeada la casa de Amín, aquel 24 de septiembre de 1970.
De la misma manera en que Elsa y Homero, el 22 de septiembre de 1971, vieron como varios vehículos que le perseguían, le tendieron una emboscada y hubieron de detener el “cepillo” Volkswagen. ¿Qué hacer? ¿Cómo responder si tu esposa lleva una niña que no ha nacido y no te conocerá? ¿Pelear? ¿Rendirte? ¿Para qué, si ya se ha dado la orden? Homero, no tenía mucho qué hacer. Él, que había sido jefe de operaciones del frente Hermanas Mirabal, en la guerrilla de Manolo. El mismo que había encabezado el único alzamiento que se produjo en el interior del país, en San Francisco de Macorís, durante la Guerra Patria. Él no tenía tiempo para pensar.
Igual que una niña, en las profundidades de una matriz tampoco puede hacerlo.
El que sí pudo pensar fue Valentín, pues rápidamente informó al periodista Rafael Reyes Jerez que algo extraño sucedía en la San Martín, a la altura de la Moca, en la segunda planta de la casa 339, de la Francisco Henríquez y Carvajal, ese 24 de septiembre de 1970. Igual que los que estaban en HIJB un año más tarde, cuando comenzaron a recibir llamadas que anunciaban: “En la avenida San Cristóbal han asesinado a un hombre”. ¿A quién?, pensaron ellos. De seguro que no sería a Amín. Su caso había pasado ya para el 1971.
Porque el día en se ejecutó el secuestro del coronel USA Donald J. Crowley, en el mismo 1970, Amín firmó su sentencia de muerte.
La misma que se había decretado en 1971 contra Homero luego de que éste regresara al país.
Sonia Silvestre, Norberto James Rowling y José Enrique Trinidad
Finalmente, Valentín quedó frío al ver el charco de sangre que corría por la escalera, en el momento en que la poderosa y firme voz de Bonaparte Gautreaux Piñeyro, en un avance de Radio Cristal, lo anunciaba al mundo: “Amín Abel Hasbun, uno de los principales dirigentes del Movimiento Popular Dominicano (MPD) ha sido asesinado”.
Igual que, el 22 de septiembre de 1971, José Enrique Trinidad, en HIJB, oyó la última y definitiva llamada que lo aclaraba todo: el muerto es Homero Hernández.
En el primero de los casos, Amín había estado 4 días en su casa, oculto. Y, junto a Mirna, escuchaba un juego de pelota. Pasó la medianoche. Un estruendo: un pistoletazo en la nuca.  Y Mirna tiene que salir, con su niño de dos años y, en su vientre, otra criaturita. Y pasar, por la escalera, por sobre el cadáver de Amín. De su amigo. De su esposo. ¡De su amor!
Y, antes del otro desenlace, viene la pregunta con la fuerza de una bala: ¿Puede, a los ocho meses, una niña que va a nacer, saber que el movimiento de su madre, y que ella siente muy dentro, es el último que hará ella soñando en salvar al padre? Pues el vehículo se detuvo bruscamente. Están rodeados. Homero sale y se tira al suelo: “¡Quédate, que te matan!”, le grita a su mujer. Una ráfaga de ametralladora. Cuando ella sale… él yace con la espalda acribillada.
Los niños en el vientre de su madre no ven. No oyen. No sienten nada. No sufren.
Sino que oyen, ven, sienten y sufren, todo, a través de su mamá.
Esas dos tragedias, contadas paralelamente, ocurrieron aquí, en la parte oriental de la que mosén Pedro Margarite llamó: “La isla de las vicisitudes”.
Aquí, donde el 22 de septiembre del 1971, año de Nuestro Señor, José Enrique Trinidad, en HIJB, en su programa “El gran musical”, ponía a sonar toda la rabia y la frustración, por medio del grupo chileno Quilapayún:
Y si, temblando aún por los recuerdos, esas dos mujeres me preguntaran: ¿Por qué, si corrían al mismo tiempo, paralelamente, la vida perdió la partida y las sombras llegaron primero?
Yo le respondería: porque una vez más, durante los Doce Años, la muerte tomó un atajo.
Y dejó promesas rotas. Sueños mustios. Y esperanzas fallidas.
Pero, no soy yo quien tiene autoridad para contar la historia. Yo sólo puedo alzar mi copa para brindar por aquellos, nuestros mejores años en que, como los niños, no teníamos temor por el mañana y, tomados de las manos, avanzamos juntos en busca de la luz.
Quienes sí pueden atestiguar sobre aquello son, precisamente, Elsa, Mirna, Valentín y José Enrique.
También, los dos niños que no habían nacido y que, en medio del cataclismo cruel de aquel período infame, se quedaron sin conocer sus padres.
Ellos pueden decirlo.
Ellos estaban allí.

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