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PARAQUENOSEREPITALAHISTORIA .Para los interesados en el tema y los olvidadizos de sus hechos, aquí están para consultar múltiples artículos escritos por diversas personalidades internacionales y del país. El monopólico poder de este tirano con la supresión de las libertades fundamentales, su terrorismo de Estado basado en muertes ,desapariciones, torturas y la restricción del derecho a disentir de las personas , son razones suficientes y valederas PARA QUE NO SE REPITA SU HISTORIA . HISTORY CAN NOT BE REPEATED VERSION EN INGLES

jueves, 25 de agosto de 2016

El pequeño dictador interno

El pequeño dictador interno: Rolando de la Guardia Wald
 Rolando de la Guardia Wald
Viendo, por varios años, la forma airada en que se discute sobre diferentes temas de “interés nacional”, me pregunto si todos tenemos un pequeño dictador interno. Algunos lo llaman ego y otros lo llaman orgullo. Mas se confunden, nuestro tirano interior es peor.
Ya sea en este mundo real o en el de las ideas, parece que hay muchos pequeños dictadores compitiendo por el poder, pero, desafortunadamente para ellos, hay muy pocos tronos, y, en democracia, en teoría, no hay ninguno. Todos se tratan de imponer, pero solo algunos, los que están en el lugar adecuado, en el momento adecuado, logran su cometido.
En el mundo de las ideas, nuestros pequeños dictadores internos buscan convertirse en autoridades morales, intelectuales y políticas. Para esto encuentran mecanismos perpetuadores. Monopolizan los espacios que dan visibilidad, intentando inculcar sus subjetividades violentamente, a través de un bombardeo retórico constante del que otros no pueden resguardarse. La objetividad, quizás algo imposible, pero a lo que siempre se debe aspirar, se olvida. Lo que se ambiciona es la adquisición de esas formas de autoridad, en un intento de subordinar socialmente al que opina distinto. Es la consolidación de la “verdad” del tiranillo de unos sobre la de otros. “Para el militante lo más importante es la identidad”, dijo Susan Sontag, cuando escribió Ante el dolor de los demás. Para nuestro minúsculo militante lo más importante es defender la “superioridad” de su identidad nacional, política, profesional, confesional, racial, étnica, o ideológica. Defienden hasta la superioridad de aquella identidad asociada a su estilo de vida. Asimismo, para ellos, los intereses relacionados a estas identidades van por encima del sufrimiento de otros. Lo que busca nuestro menudo absolutista es imponer sus intereses de ateo, católico y hasta budista; de partidario político; de nacionalista, capitalista, tradicionalista, liberal, progresista, comunista o socialista; de vegano u omnívoro. Se aplica lo mismo a profesionales que quieren proteger su posición social y política, a la vez que su imagen de “expertos” o elementos esenciales para el país del abogado al periodista, del arquitecto al ingeniero, del académico al estudiante, del médico al enfermo. Y no se escapan aquellos que buscan la paz mundial o interior, porque ambos creen en “castigos merecidos”, que los primeros llaman justicia, y los otros suelen llamar “mal karma”.
El dictadorzuelo que cargamos en nuestro núcleo dirige debates sobre qué entendimiento de la moral o del “bienestar social” es incuestionable, y, por tanto, su diatriba se diluye en una serie de acusaciones e intercambio de improperios. Nuestros mínimos sátrapas convierten al que realmente sufre en una plataforma para fabricar conflictos, en una excusa para colisionar con sus rivales ideológicos. Ahí se descubre un falso interés en el bien de los demás, que resulta en que el tema principal se vuelva secundario. Esto es importante porque nuestros microscópicos caudillos interiores se convierten en modelos, no por sus razonamientos y servicios a la comunidad, sino porque sus dramas y conflictos venden.
Algunos me dirán que los debates de “importancia nacional” (lo que es importante para unos, no es siempre relevante para otros) son sobre qué tipo de moralidad debe imperar en el mundo en que queremos vivir. Sin embargo, el apego de nuestro diminuto profeta (sea religioso o no) a ciertos valores morales crea dogmas que pasan a ser más relevantes para él que el bien general. La moralidad es arbitraria, y su defensa exaltada es autoritaria. La moral de unos no necesariamente funciona para guiar la vida de otros. Un código moral basado en preceptos religiosos ayuda a algunos a sobrellevar sus vidas; otros encontrarán en su moral agnóstica o atea la mejor manera para dirigir las de ellos. Lo que importa es que todos puedan vivir juntos sin descarnarse.
¿Qué hace a algunos pensar que pueden imponer el rigor de su código moral sobre el de otros? ¿Acaso la visión de futuro en que la sociedad se rige por los valores morales de un grupo realmente va a crear un mundo mejor para los otros? Nuestro liliputiense autocrático imagina el futuro sin certeza de cuál será el resultado de forzar sus ideas sobre la sociedad. La imaginación de nuestro duende totalitario está relacionada con dos fantasías. La primera es la idea de que ningún otro dictadorcito sabe gobernar mejor quéél. La segunda es la paranoia de que siempre lo quieren derrocar.
Estas son solamente ideas para reflexionar. Y así, pues, he notado que mi pequeño dictador interno, al igual que el de los demás, ha ignorado el sufrimiento de los otros, no ha comentado sobre nada pertinente para la sociedad, con tal de poder posicionarse como un ser dominante, y ha hecho perder el tiempo a aquellos lectores que buscan una solución a problemas concretos ya

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