La desmoralización sin esperanza

Jose Miguel Gomez

Las mayorías de las personas adultas lucen confundidas, angustiadas y temerosas por los cambios tan rápido que se dan en la economía, la cultura, la tecnología, los valores y en lo social. Esos cambios han producido recomposición en la familia, en las parejas, en los individuos.

Pero lo que más ha impactado es la economía, el sistema financiero, la política y los programas de reinserción social, que han sido desiguales, deshumanizantes, de exclusión y de falta de cohesión social. Diríamos que la economía crece, pero también crece la inflación, la desigualdad, el desempleo, la violencia social, la inseguridad, la corrupción, la falta de calidad y calidez de vida.

La acumulación de la riqueza, el monopolio, las castas y los grupos élites crecen en deprimente del resto: se origina la frustración, la desesperanza aprendida, el resentimiento social, el miedo, el conformismo, la ira, rabia e importancia, la baja autoestima social, el egoísmo, la angustia, y la insolidaridad.

Esos cambios, no comprendidos, no asimilados, son los que han cambiado los hábitos socio-culturales de las personas: vivir entretenido en la búsqueda de la belleza, la juventud, el confort, la vanidad, el consumo, el narcicismo social, la adicción al juego, a las compras, es decir, los adultos se sienten adolecentes, y los adolecente no saben qué hacer con su identidad, su ideal y sus valores. Pero ambos grupos están confundidos en lo que hoy se llama: la crisis de la identidad generalizada. Hoy poco saben ¿Quién soy? ¿A quién quiero parecerme? ¿Quién es mi referencia? O ¿Cómo quiero que me recuerden? Etc.

Hoy día las personas hacen lo que dice el mercado, la publicidad, el consumo, la tecnología y la economía de la inflación. Es un mundo que genera falsas ilaciones, autoengaño, victimización, hábitos y conductas adictivas. Pero lo que más duele es llegar a un proceso de deterioro general en que las personas enfermen, entren en soledad, en desafecto, en desapego, desvinculados y deshumanizados de los más cercanos y de los otros que le quedan al lado y no se da cuenta de que se han despersonalizado, y no se da por enterado.

Toda esa vida sin valores, sin justicia, sin protección institucional, sin economía humanizada es a la que Sullivan ha llamado el síndrome de la desmoralización sin esperanza. Es decir, un fenómeno psicosocial que deteriora al ser humano, a la sociedad, a la familia, a las instituciones y la política, pero que “no se sabe qué hacer”; solo se sabe que se percibe, se padece, se vive en la piel, se acumula y deteriora todo el tejido social, pero no se sabe cuándo cambiar, cómo hacerlo, o por dónde empezar. Solo vemos una sociedad neurotizada, patologizada, en crisis, viviendo y asumiendo el “parecer” y renunciando al “ser” de forma colectiva.

La desmoralización reproduce las conductas disociales, la violencia estructural organizada, el mercado ilícito, la compra de la justicia, del honor y la voluntad de las instituciones y de los hombres; es allí donde surge la desesperanza, la falta de fe, de credibilidad, de ilusiones con soluciones. Recuerda que la esperanza es la pasión de lo posible, y lo posible se construye el día a día.

La esperanza es optimismo vivido, pero que no muere en las personas, ni en los procesos. De lo que se trata es de vivir, insistir, persistir y resistir, para obtener resultados que cambien el rumbo de esa desmoralización que daña, que enferma, que destruye y que mutila los valores y la dignidad de las personas. Hay que empoderarse como colectivo social para creer y vivir menos lo individual y más a lo colectivo.