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lunes, 8 de febrero de 2016

Caza a Lula


Habría que preguntarse quiénes son los cazadores que tienen prisa en hacerse con la fiera

No cabe duda de que en Brasil se ha abierto la caza a Lula, al mismo tiempo que se está organizando un ejército de defensores y hasta de aduladores del popular político que podrían acabar por dañarle en vez de ayudarle a salir de su atolladero.
¿Quiénes son los verdaderos cazadores del que fue considerado el Moisés que sacó de la esclavitud de la pobreza a millones de ciudadanos? ¿No estaremos ante un espejismo?
Lula, el primer presidente de la República sin estudios y que representaba a la clase trabajadora, se convirtió en el político más popular, admirado y amado no sólo en Brasil sino en medio mundo.
El presidente del país más importante del planeta, Barack Obama, en 2009, durante la reunión el G20 lo lanzó a la fama al declarar que Lula era “O cara”, es decir, el político más famoso en aquel momento. Llegó a decir el mandatario americano: “Yo le adoro”.
Los grandes del mundo hacían fila de espera para encontrarlo en el Palacio del Planalto y le llovían las invitaciones para visitar otros países y para que contara sus gestas. Se arrodillaban ante él empresarios y banqueros. Puso a Brasil de moda.
En el inconsciente colectivo, Lula no sólo había rescatado de la pobreza y de la miseria a millones de brasileños devolviéndoles la dignidad de ciudadanos, sino que había contribuido, quizás como ninguno en el pasado, a exaltar la imagen del país fuera de sus fronteras contribuyendo a curar a los brasileños del atávico complejo de inferioridad definido gráficamente por Nelson Rodrigues, como “complejo de perro callejero”.
Su ingenio político y su maestría en saber conquistarse a la gente lo convirtieron en el personaje admirado por pobres y ricos, intelectuales y analfabetos. Lula era Lula y no se discutía.
Hoy su trono empieza a tambalearse acosado por las sospechas de haber compadreado con prácticas ilegales en la relación con empresarios que habrían enriquecido a él y a su familia.
Hay quién se pregunta: ¿Por qué a Lula se le da caza con mayor relieve que a los otros políticos incluso ya incriminados por corrupción?
Porque al mito se le perdona más difícilmente y cuando empieza a resquebrajarse su fuerza simbólica, hasta se agudiza la saña para derribarlo.
Dicen que Lula se está rodeando de abogados y criminalistas para defenderle. ¿Qué mejor abogado que él mismo? Si acaso debería estar alerta para que esos defensores junto con los aduladores no le dañen en vez de protegerle.
Existe el peligro de que en el afán de defender al jefe o amigo, acaben poniendo en su boca afirmaciones que Lula, astuto y sagaz político, difícilmente pronunciaría.
Estoy seguro de que Lula, considerado el ídolo de millones de pobres de este país que lo vieron como a uno de ellos, llegado de la pobreza extrema del Nordeste, nunca les diría, por ejemplo, que renunció a comprar un triplex, de casi doscientos metros cuadrados en la costa de Sao Paulo, frente al mar, lujosamente amueblado, porque le pareció un “cuchitril” (muquifo).
Es lo que, según su amigo, Luiz Marinho, alcalde San Bernardo, en el afán de demostrar que el inmueble no es suyo, habría alegado Lula como motivo para renunciar a su adquisición.
En entrevista a O Globo, Marinho afirmó que Lula, al visitar el triplex había dicho: “Po, e um muquifo. Nao e o que sonhava, agora estou numa duvida cruel, nao sei se fico o no”.
Defensa boomerang que se vuelve contra Lula ya que es fácil imaginar lo que millones de trabajadores brasileños que viven en muquifos de verdad, puedan pensar de él, padre de los pobres, diciendo que ese triplex frente al mar “no era lo que él soñaba”.
Suena hasta cruel.
En esa caza indiscutible a Lula, que lleva a la gente de la calle a preguntar “¿ya lo han cogido?”, habría que preguntarse quiénes son los cazadores que tienen prisa en hacerse con la fiera.
Que no engañen a Lula. Esos cazadores no están ni en la prensa, que hace su deber de informar y que debe también ser castigada cuando miente o cuando convierte el rumor en noticia. Fue esa misma prensa- que no lo olvide Lula- la que durante los ocho años de su Presidencia lo colocó en los altares haciendo que se desvaneciera hasta la oposición. Y le ayudó a elegir a su sucesora, Dilma Rousseff.
Los cazadores tampoco se encuentran en la justicia, hoy una de las instituciones más admiradas dentro y fuera del país y que cumplen con su papel democrático de que ante un juez no deben existir privilegios ni indultos para los poderosos
Como en el viejo dictado romano, se decía que para conocer al autor del crimen, hay que preguntarse: “¿A quién beneficia?”, Lula debe preguntarse a quién interesa esa cacería. Quizás se llevaría sorpresas.
El escritor italiano, Leonardo Sciascia, el gran experto de la mafia siciliana, me explicó, durante el secuestro de Aldo Moro, líder de la Democracia Cristiana, por parte de las Brigadas Rojas, que quienes estuvieran interesados en saber de su paradero, debían buscarlo “lo más cerca del centro”. Acertó. Moro no estaba preso en las afueras de Roma donde lo buscaba la policía. Lo estaba a dos pasos de los palacios del poder.
Aplicado a Lula, quizás los más interesados en darle caza estén más cerca de él de lo que pueda imaginarse.
¿La mejor forma de defenderse? Contando a la nación ante la que sigue teniendo un fuerte apelo mítico la verdad de las cosas, con sus luces y sus posibles sombras. Los brasileños tienen una gran capacidad de comprender y hasta perdonar si llega el caso. Lo que no aceptan es que les mientan o se les trate de bobos.
La verdad, lo dicen hasta los libros sagrados, es la mayor fuerza de quien es acusado justa o injustamente. Sólo ella nos devuelve la dignidad y la libertad.
Lula debería recordar el refrán español que dice: “Dios me libre de mis amigos, que de mis enemigos ya me defiendo yo”.
Siempre fue más difícil defenderse de los enemigos ocultos en la sombra que de los que actúan a la luz del sol.
Seguro que Lula lo sabe.

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