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lunes, 23 de noviembre de 2015

El retorno de los dictadores


Las esperanzas de la Primavera Árabe se desvanecieron, y Egipto nuevamente marca el estándar para la opresión en la región.

Por: Janine di Giovanni

22 Nov 2015

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*(Con información adicional de Noah Goldberg)
En el diálogo anual de Manama, en Bahrein, una cumbre de élite de seguridad en Oriente Medio, celebrada a finales de octubre, el principal orador fue el presidente egipcio, Abdel-Fattah el-Sissi. Rodeado de una falange de guardaespaldas, el general El-Sissi subió al escenario y se dirigió a un público lleno de ministros, diplomáticos y altos funcionarios del Departamento de Estado estadounidense. Habló del papel de Egipto en los conflictos en Siria, Yemen y Libia.
Pero la principal preocupación del general, como un militar leal que ha estado en el ejército desde los veintitrés años, fue el surgimiento de facciones armadas en Oriente Medio. “Nos preocupa la destrucción del Estado nacional y del Estado de Derecho por parte de las milicias armadas”, enfatizó El-Sissi en la reunión, pocos días antes de que un avión de pasajeros ruso se estrellara en el desierto de Sinaí, en lo que parece cada vez más un atentado perpetrado por el grupo militante Estado Islámico (EI).
Tras ser elogiado en Manama, donde se reunió con el ministro de defensa alemán y otros peces gordos, El-Sissi voló a casa para hacer un balance de la crisis del avión ruso y prepararse para una visita oficial a Gran Bretaña, donde se reuniría con el primer ministro David Cameron. Después de un periodo en el que occidente se mostró cauteloso con respecto a su ascenso al poder, la visita de El-Sissi subrayó el hecho de que ha regresado firmemente a la mesa principal de la diplomacia internacional, unas cuantas semanas después de que Egipto fuera elegido para el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Mientras diversos grupos británicos a favor de los derechos humanos protestaban por la llegada de El-Sissi, este declaró a la BBC que la democracia en Egipto es un “trabajo en progreso”. Un optimista podría decir lo mismo acerca de toda la región. Un pesimista diría que la tendencia va en la dirección opuesta: no más democracia, sino menos.
Hace cuatro años el panorama era muy diferente. En 2011, un comerciante de Túnez se prendió fuego en protesta por el acoso de un funcionario municipal, lo que desató la indignación de sus compatriotas tunecinos y protestas en toda la región. Esto, a su vez, dio inicio a la Primavera Árabe. Cuando los jóvenes árabes salieron a las calles para exigir la libertad, había grandes esperanzas de que la democracia pudiera tomar fuerza en los países gobernados desde hacía mucho tiempo por dictadores y familias reales autoritarias. El Premio Nobel de la Paz 2015 fue otorgado a varios activistas a favor de la democracia en Túnez. Pero para muchas personas, todo ello parecía un intento desesperado por mantener en el buen camino al único país relativamente democrático en la región mientras sus vecinos se hundían de nuevo en la dictadura. Egipto, más que otros países, ha decepcionado a quienes soñaban con la democracia árabe.
“Si tuviera que marcar el final definitivo de la Primavera Árabe, sería el 3 de julio de 2013”, señala Shadi Hamid, miembro de alto rango del Instituto Brookings, al hablar del día en que El-Sissi utilizó al ejército para derrocar al democráticamente elegido Mohammed Morsi y otros líderes de la Hermandad Musulmana que habían llegado al poder mediante las urnas después de la Primavera Árabe. “Cuando la gente vio el fracaso del experimento en Egipto, ello tuvo un efecto escalofriante. No se trataba sólo de Egipto, sino de otros autócratas que desempeñar una función muy agresiva en sus respectivos países”.
El gobierno de El-Sissi prohibió rápidamente las protestas. Un mes después del golpe, las fuerzas de seguridad egipcias mataron a cerca de mil manifestantes, la mayoría de ellos sin armas, en la Plaza Rabaa. Human Rights Watch la calificó como “una de las mayores matanzas de manifestantes en un solo día en la historia reciente”. Desde 2013, El-Sissi ha puesto en marcha la represión más severa contra los islamistas en toda la historia de Egipto.
“Sissi se ajusta al perfil clásico de un dictador”, dice Jane Kinninmont, investigador de alto rango de Chatham House, un grupo de analistas con sede en Londres, y menciona el gran número de presos políticos, la capacidad de “desaparecer personas” con impunidad y el número de manifestantes masacrados en las calles en 2013. “Ellos celebran elecciones, pero actualmente hay muy pocos dictadores que no lo hagan”.
No se trata sólo de Egipto. Con la notable excepción de Túnez, e incluso allí, la democracia sigue siendo vulnerable, y un gran número de jóvenes descontentos están afiliándose al EI; para los países de la Primavera Árabe ha resultado difícil hacer la transición a un sistema estable y más democrático.
Los sirios han tenido que soportar el mayor sufrimiento. Un levantamiento popular se convirtió en una guerra civil que cayó en un sangriento punto muerto, con una confusa mezcla de grupos rebeldes eclipsados por el Estado Islámico, y Rusia interviniendo a nombre del presidente Bashar al-Assad para provocar una mayor destrucción mediante ataques aéreos. No hay un final a la vista, y Assad todavía puede lograr aferrarse al poder.
Para occidente, Libia era la otra gran esperanza, tan es así que la OTAN intervino en 2011 para ayudar a los rebeldes a deshacerse de Muammar el-Qaddafi. Pero con la desaparición del líder libio, el país cayó en el caos, y los militantes islamistas florecieron. Dos facciones rivales afirman gobernar: un gobierno reconocido internacionalmente que ha sido desterrado a la ciudad oriental de Tobruk y una administración alternativa en la capital, Trípoli. Mientras que la ONU busca negociar la creación de un gobierno de unidad nacional en Libia, el único hombre que adquiere cada vez más poder es el general Khalifa Hifter. Ha tomado el mando de las operaciones militares contra los Hermanos Musulmanes de Libia y otros grupos militantes, y ha obtenido el respaldo del Parlamento para “combatir el terrorismo” en todo el país.
Hifter ha modificado sus lealtades con el paso de los años. Apoyó el golpe de 1969 que derrocó a la antigua monarquía y que llevó a Qadafi al poder. Luego se volvió contra este último y se dice que fue entrenado por oficiales de inteligencia de Estados Unidos en un intento de derrocar a su antiguo aliado. Durante la revolución libia dejó su casa en el norte de Virginia para unirse a las fuerzas anti-Qadafi, luchando junto a muchos de los líderes de las milicias a las que ahora ataca.
Hifter sigue el modelo egipcio, imitando a El-Sissi al calificar a todos los islamistas como malvados, prometiendo aplastar a las milicias en la parte oriental del país y destacando la necesidad de reprimirlas para restaurar el orden. “Uno de sus principales argumentos es una sensación de incertidumbre”, dice Hamid, de la Brookings Institution. “Realmente aprovecha esta percepción de la desintegración del orden. Todos los hombres fuertes dicen ahora: 'Mira lo que ha hecho la Primavera Árabe'”.
Más al oeste, en el norte de África, Marruecos es también un motivo de preocupación. Aunque tiene una Constitución escrita, es una monarquía sin separación de poderes: el poder político, económico y religioso se concentra en el Palacio Real de Rabat. Si bien el rey Mohammed VI ha implementado algunas reformas desde que llegó al poder en 1999, ninguna de ellas es democrática. En ese país, las protestas callejeras de la época de la Primavera Árabe perdieron impulso debido en parte a la represión policiaca, y desde entonces el gobierno no ha hecho ningún movimiento hacia una mayor libertad. “La democratización de Marruecos es un proceso de dos vías, y en este momento el país se está moviendo hacia atrás”, se afirma en un reciente informe de Open Democracy, un sitio web sin fines de lucro.
En la Península Arábiga las cosas no son mejores. Las monarquías del Golfo y sus fuerzas de seguridad se han asegurado de que la Primavera Árabe tenga poco impacto en la zona, excepto en Bahrein, que desde hace mucho tiempo ha experimentado tensiones sectarias, pues se calcula que cuenta con una mayoría chiita de 60 por ciento, pero está gobernado por la monarquía suní Al-Khalifa. Sin embargo, las protestas de 2011 a favor de la democracia fueron aplastadas con rapidez y eficacia con la ayuda de la vecina Arabia Saudita.
La alianza de Estados Unidos con Bahrein, donde la Armada estadounidense tiene una base muy importante para sus operaciones en la región, ilustra la política de Washington en Oriente Medio, que consiste en poner el pragmatismo por encima del idealismo. “[El presidente Barack] Obama ha guardado silencio acerca de Bahrein”, dice Kinninmont de Chatham House. “El país se ha vuelto mucho más represivo. No pretende ser una democracia. Sus líderes dicen abiertamente que la democracia no sería apropiada en esa parte del mundo”.
Asimismo, durante mucho tiempo Arabia Saudita ha sido uno de los aliados más cercanos de Washington, independientemente de su historial de derechos humanos, y los gobiernos occidentales parecen haber aceptado que tienen que hacer concesiones similares con El-Sissi. En primavera, el gobierno de Obama restableció la ayuda militar a Egipto, que había sido suspendida debido al derrocamiento de Morsi. La razón principal para la renovación de la ayuda, de acuerdo con Obama, fue la urgente necesidad de financiar a los gobiernos anti-EI en la región. Europa también se ha vuelto más cálida hacia El-Sissi, y Francia ha aumentado la venta de armas a Egipto.
Kenneth Roth, director ejecutivo de Human Rights Watch, llama a esto “la entronización del nuevo faraón” y dice que El-Sissi simboliza no sólo el regreso del dictador árabe, sino también “la intensificación de este. La represión de Sissi es peor de lo que jamás fue la de [el expresidente Hosni] Mubarak, y la respuesta de Occidente de aceptarlo ha sido desastrosa”.
El-Sissi ha dicho que la democracia no se puede lograr con rapidez en Egipto, y que se necesitan años para construir las instituciones que la apoyen. “La democracia tiene que ver con la voluntad y la práctica”, explica.
Muchas personas, dentro y fuera de la región, han llegado a la conclusión de que la democracia, como se disfruta en occidente, no es lo más adecuado para el mundo árabe. El catedrático saudí Majed bin Abdulaziz al-Turki, del Centro de Medios de Comunicación y Estudios Árabes-Rusos de Riad, sostiene que es un error que los países occidentales impongan sus puntos de vista en temas como los derechos de las mujeres y las minorías en países que no los quieren. Califica esos intentos como “colonialistas”.
Kinninmont afirma que una parte del atractivo de El-Sissi es que él mismo se ha adjudicado el papel de protector nacional y de luchador contra el terrorismo mundial, una táctica usada por otros líderes autoritarios como Vladimir Putin de Rusia, Assad de Siria y Recep Tayyip Erdogan de Turquía, así como los monarcas saudíes y cataríes. “Algunas personas prefieren tener seguridad y poder ver que sus familias viven sin riesgos que tener democracia”, afirma. “Pero eso no es una cuestión cultural. Es un problema humano”.
Más de una década de caos y violencia sectaria en Irak desde que las fuerzas lideradas por Estados Unidos derrocaron a Saddam Hussein no ha hecho más que profundizar ese impulso. “Existe una larga tradición de totalitarismo en el mundo árabe por muchas razones”, afirma Emmanuel Karagiannis, del King College de Londres. Los países que históricamente fueron sociedades tribales y feudales han perpetuado el gobierno de dictadores y reyes mediante el control del Estado sobre los medios de comunicación, las fuerzas judiciales y de seguridad, así como la opresión de las mujeres. La corrupción y el amiguismo han florecido, y en general, el ejército es la institución más poderosa en este tipo de sociedades.
“También es importante que muchas de las economías controladas por el Estado sólo apoyen a ciertos sectores que no producen una clase media”, dice Karagiannis. “Si un país no tiene una clase media, no tiene democracia”.
A pesar de las quejas de los grupos a favor de los derechos humanos, los observadores no árabes están en una posición difícil cuando se trata de promover la democracia. Karagiannis dice que los activistas corren peligro si aceptan la ayuda de occidente, ya que pueden ser calificados como espías occidentales. El cambio democrático, si se produce, tiene que venir desde dentro, insiste. “Las semillas de la democracia fueron plantadas por la Primavera Árabe”, dice. “Esta lo cambió todo, no hay vuelta atrás. Pero la única manera de ayudar a estas valientes personas es apoyarlas moralmente, pero no financieramente”.
La popularidad de El-Sissi en Egipto es difícil de juzgar. Las encuestas indican que el Ejército es respetado y se le da el crédito de restaurar el orden. Pero es difícil determinar una calificación exacta: la mayoría de los disidentes del país han sido silenciados o se han visto obligados a exiliarse. Los periodistas son intimidados o encarcelados; recientemente, un periodista llamado Hossam Bahgat fue detenido durante varios días en noviembre después de informar sobre la condena de varios miembros de las fuerzas armadas por planear un golpe de Estado. “Es un panorama mixto”, dice Kinninmont al hablar acerca de la imagen pública de El-Sissi. “No se trata de un rotundo respaldo. Actualmente, la gente no tiene una gran variedad de opciones; ven esta situación como una elección entre un régimen militar o uno islámico”.
Ahora se cree que militantes vinculados al Estado Islámico derribaron el avión de pasajeros ruso que se estrelló en el Sinaí el 31 de octubre, causando la muerte de 224 personas. Las fuerzas de seguridad egipcias han luchado contra militantes del EI en el desierto de Sinaí, y puede esperarse que El-Sissi incremente las operaciones contra el grupo después de este ataque. Si sus acciones pasadas sirven de guía, aprovechará la oportunidad para tomar medidas aún más severas contra sus oponentes, y es probable que Occidente haga muy poco al respecto, sobre todo después de los tiroteos y bombardeos masivos ocurridos el 13 de noviembre en París, en los que murieron al menos 129 personas.
De acuerdo con Hamid, “La triste lección de la Primavera Árabe, o del aplastamiento de la Primavera Árabe, es que la fuerza bruta y la violencia funcionan”.

Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek

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