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domingo, 5 de julio de 2015

El ejército de prostitutas nazis de Hitler

Por Miguel Villatoro
Cazas a reacción, bombarderos, explosivos, fusiles enemigos… Las causas que podían matar o herir a un soldado durante la Segunda Guerra Mundial se podían contar por cientos. Sin embargo, en esta contienda había también otro tipo de dolencias que solían provocar más bajas que las propias balas. Éstas eran peligrosas enfermedades de transmisión sexual tales como la sífilis o la gonorrea, las cuales incapacitaban a todo aquel combatiente que hubiese decidido pasar un buen rato con las lugareñas tras tomar algún que otro pueblo o ciudad. 
J.H.
«Pequeñas grandes historias de la Segunda Guerra Mundial»
Es por ello que, además de dedicar sus esfuerzos y sus recursos a la creación de súper armas capaces de borrar un avión del cielo en pocos minutos o hacer saltar por los aires un carro de combate enemigo, los nazis también se vieron obligados a consagrar una buena parte de su dinero a curiosos remedios para evitar que los militares se infectasen mientras «echaban una canita al aire». Entre ellos destacaban los lupanares oficiales ideados por el mismísimo Hitler. Su objetivo: hacer que una ingente cantidad de prostitutas pasara un control previo por parte de los médicos nazis. Sin embargo, había otros tantos sistemas.
Esta curiosa forma de evitar el contagio de enfermedades de transmisión sexual es una de las múltiples curiosidades y datos que se pueden hallar en «Pequeñas grandes historias de la Segunda Guerra Mundial», el último trabajo del historiador y periodista Jesús Hernández
«En mi libro recojo 250 historias que estoy seguro que sorprenderán al lector. Aunque pueda parecer que es un simple anecdotario, el libro va más allá de eso, ya que explico episodios desconocidos para la mayoría de lectores, incluso para los que ya tienen un gran bagaje de lecturas de la Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo, pocos sabrán que los británicos, y concretamente Churchill, no hicieron nada para paliar una hambruna en Bengala que causó tres millones de muertos, ya que preferían emplear esos medios en el esfuerzo de guerra. Algunos de los datos que ofrezco ayudan también a tener una visión esclarecedora del conflicto, por lo que creo que su lectura resulta muy gratificante», destaca el autor en declaraciones a ABC.

Las ETS en la I Guerra Mundial

Puede parecer que las enfermedades de transmisión sexual no han causado una gran cantidad de bajas en los ejércitos a lo largo de la Historia, pero la realidad es bien distinta. Tal y como explica Hernández en su obra, ya en la Primera Guerra Mundial los estadounidenses tuvieron que contabilizar un total de hasta 87 bajas por cada millar de soldados debido a estas dolencias. Sin embargo, por entonces los remedios se limitaban a evitar el contacto de los combatientes con las lugareñas. Así pues, poco se hacía más allá de emitir películas avisando del peligro que corría todo aquel que se atreviera a yacer con una desconocida. 
«Las autoridades militares estadounidenses fueron conscientes del grave problema que éstas ocasionaban, por lo que pusieron en práctica programas de concienciación que incluían la proyección de películas que describían los terribles efectos de la enfermedad, así como las maneras de evitar el contagio», explica Hernández en su obra. Tampoco se desdeñaban los sermones de los párrocos, quienes lucharon a crucifijo y sotana para que los militares enarbolaran la bandera del celibato. De poco les sirvió, pues aproximadamente uno de cada diez combatientes terminó con sus huesos en el hospital aquejado de alguna dolencia contraída por vía sexual

La sífilis: la primera creadora de bajas

Hubo que esperar hasta la Segunda Guerra Mundial para que, mediante la llegada de los anticonceptivos y la penicilina, las bajas producidas por enfermedades de transmisión sexual se redujeran. No obstante, la disminución fue escasa (hasta unos 56 casos por cada millar de hombres). Un claro ejemplo de lo molestas que podían llegar a ser, tal y como señala Hernández en su libro, lo demuestra el que los soldados de la «Wehrmacht» y las «SS» acantonados en Francia durante 1940 perdieron más efectivos por culpa de este tipo de dolencias que aquellos que habían muerto en combate durante la invasión y conquista del país. Por entonces, los militares sabían perfectamente que las dos infecciones a las que debían temer tanto como a las balas enemigas eran a la sífilis y a la gonorrea.
De ellas, la sífilis era la más habitual. «El único huésped de la sífilis es el ser humano, que se infecta por contacto sexual de lesiones mucocutáneas infectadas, habitualmente de genitales y boca. Uno de cada tres contactos sexuales con una persona infectada en fase precoz resulta infectante. También es posible la transmisión intraútero o los contagios por vía no sexual, en profesionales sanitarios o transfusiones. El germen es capaz de atravesar piel o mucosas intactas, migrar rápidamente por vía linfática hasta los ganglios regionales y diseminarse por vía sanguínea, antes de producir la lesión primaria», explican los doctores J.L. Rodríguez Peralto; S. Alonso y P. Ortiz en su dossier «Dermatología: Correlación clínico-patológica». 
El ejército de prostitutas nazis ideado para luchar contra las enfermedades sexuales
Cartel contra las ETS de los aliados
WIKIMEDIA
Aquellos que tenían la poca suerte de contraerla, y tal y como señala Teodoro Carrada Bravo en su artículo «Sífilis: actualidad, diagnóstico y tratamiento», les solía provocar pequeñas erupciones indoloras en la primera fase de la enfermedad. Posteriormente, y si la dolencia no se trataba (algo relativamente usual por entonces debido que en principio no provocaba molestias) avanzaba a la siguiente fase. «En ella, se puede presentar un sarpullido en las manos o los pies, así como en otras partes del cuerpo. Los sarpullidos de la sífilis a menudo son de color rojo o café y generalmente no pican. Otros síntomas pueden ser fiebre, dolor de garganta, dolores musculares, dolores de cabeza, pérdida de cabello y cansancio. Puede ser que estos síntomas desaparezcan por sí solos», explica el «Center for disease, control and prevention» estadounidense en su dossier «Sífilis, la realidad».
Finalmente, y tras un período de incubación sin síntomas aparentes, podía sucederse la última fase de la enfermedad. Esta era la más grave y la que causaba más estragos entre los soldados, pues empezaba por producirles dificultades en sus movimientos (pérdida de las capacidades motoras) en brazos y piernas, parálisis y entumecimiento. En los casos más graves, podía llegar a generar a los combatientes ceguera, dolencias cardíacas o la muerte (la cual se sucedía, en última instancia, por las causas anteriores). 
Con todo, la sífilis no era el único asesino silencioso de los soldados alemanes en la Segunda Guerra Mundial. La segunda enfermedad en discordia era la gonorrea, una dolencia que, aunque no llegaba a causar la muerte, podía suponer una verdadera molestia para el soldado. Y es que (tal y como explica el «Center for disease, control and prevención» en su dossier «Gonorrea, la realidad») si era contraída solía generar dolor o ardor al orinar, secreción del pene, inflamación en los testículos, sangrado y, en el caso de que no se tratase a tiempo, infertilidad.
Puede parecer sencillo evitar estas enfermedades, pero lo cierto es que la fogosidad de la soldadesca (más preocupada por andar saciando sus más bajos instintos que por acabar con el enemigo a base de fusil) hacía que fuese difícil controlar su expansión. Por ello, tanto los estadounidenses como los nazis tomaron medidas drásticas para acabar con la sangría de bajas que estaba provocando el que sus combatientes yacieran con toda aquella mujer que se prestase a ello en el frente.

Prostíbulos promovidos por el ejército

Los nazis fueron los primeros en establecer varias medidas contra las enfermedades de transmisión sexual. «El ejército alemán era consciente desde el comienzo de la guerra de que la necesidad de esparcimiento de los soldados iba a acarrear un buen número de bajas por enfermedades venéreas. La campaña de Polonia confirmó estos temores, puesto que las prostitutas locales causaron numerosos contagios entre los soldados. Por tanto, la “Wehrmacht” dispuso una serie de normativas para el control de la prostitución», explica Hernández en «Las 100 mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial».
Los altos oficiales del ejército de tierra fueron las encargadas de ocuparse de este asunto. Su solución no fue otra que idear dos tipos de prostíbulos controlados y dependientes del ejército. Los primeros (conocidos como los de «guarnición») eran los que se ubicaban cerca de las grandes ciudades y atendían a los combatientes que volvían de permiso del frente. Por otro lado, también se crearon una serie de burdeles «de campo». Estos se situaban inmediatamente detrás de la línea del frente y su clientela, como se puede suponer, era el combatiente que buscaba desfogarse tras haberse dado de fusilazos contra los enemigos del Reich.
El ejército de prostitutas nazis ideado para luchar contra las enfermedades sexuales
Soldados de la «Wehrmacht» en la IIGM
ARCHIVO ABC
Curiosamente, sus trabajadoras podían ser profesionales del sexo (a las que se pagaba) o, simplemente, pobres desgraciadas atrapadas por los nazis que no veían otra forma de sobrevivir. Estas últimas eran destinadas también a los prostíbulos oficiales de los campos de concentración. «Esas mujeres, denominadas por la burocracia militar Offizierdecke (“oficiales de cama”), podían ser prostitutas profesionales reclutadas en Alemania y los países ocupados, mujeres convictas de crímenes civiles o políticos que preferían ese servicio a realizar trabajos forzados en campos de concentración, o bien prisioneras de guerra, la mayoría procedente de los territorios ocupados en la Unión Soviética», añade el experto español en su obra.
El «sistema de trabajo» que se utilizaba era sumamente curioso y en él primaba sumamente la higiene. El objetivo era sencillo: evitar un contagio masivo. Para empezar, el soldado que quisiese pasar un buen rato entre disparo y disparo debía presentarse ante el médico del cuartel, que le hacía un examen médico exhaustivo para asegurarse de que no tenía ninguna enfermedad. Posteriormente, recibía un preservativo, un bote de desinfectante y un informe en el que dejaba constancia de su buen estado de salud antes de entrar al prostíbulo militar. En él, figuraba además el nombre del «centro» y un pequeño espacio para que la Offizierdecke pusiese su firma y su número.
«Después, pasaba a esperar su turno en la fila correspondiente. Generalmente, la espera en la fila era mayor que el tiempo que el soldado pasaba con la mujer. Antes del servicio se utilizaba el desinfectante y la mujer firmaba el pase, y a la salida el soldado debía entregar al oficial médico la lata vacía y el documento rubricado. Si no se cumplían estas disposiciones, todos se exponían a severos castigos», señala Hernández. Lo cierto es que, aunque todo el proceso era sumamente «alemán» (muy ordenado y sistemático) los combatientes acabaron aceptándolo y ayudó a prevenir las enfermedades.
Algunos combatientes dejaron constancia, incluso, del proceso que debían seguir para poder ir al burdel en las cartas que enviaron a sus familias. Uno de ellos fue un tal Erich B., un combatiente de la «Wehrmacht» que, en 1940, escribió una carta a su hija después de que esta le aconsejase «echar una canita al aire» para relajarse en el frente. Curiosamente, el padre le explicó en su misiva que –además de todo el proceso anteriormente señalado- también se les pinchaba antes y después del servicio una inyección para prevenir la transmisión de enfermedades. Una medida extrema que, probablemente, se llevó a cabo por recelo de los médicos.
«Ya he ido de buena gana para mirar, pero hay un problema, cuando acudimos a un burdel –y ya te puedes imaginar que es algo que los soldados hacen con frecuencia-, los enfermeros nos ponen antes y después una inyección contra las enfermedades de transmisión sexual. A ellos les da completamente igual si vamos a ver a una mujer o no. Pase lo que pase, nos ponen la inyección. A mi esta tarea me resultaría indiferente si después no tuvieran que andar pinchándome en la cosa dos veces. Así como ves no iré nunca, pese a tus consejos», determina el soldado de la «Wehrmacht» en la misiva (recogida en el libro «Cartas de la “Wehrmacht”».
Lo cierto es que aunque el sistema era restrictivo fue sumamente útil, pues -según los datos recogidos por Hernández en su obra- permitía a los médicos detectar rápidamente un caso de sífilis o gonorrea antes de que se extendiese, determinar cuál era su origen y, finalmente, tratar de eliminar la enfermedad del foco original. «A pesar de todas estas precauciones, entre los años 1939 y 1943, en la “Wehrmacht” se registraron 250.000 casos de enfermedades venéreas. La principal fuente de contagio era la población civil, tanto en los países ocupados como en Alemania, al ser unos contactos que escapaban a esta estricta reglamentación», añade el experto.
Con todo, los nazis no fueron los únicos que luchaban a capa y espada (o a preservativo y desinfectante, más bien) contra estas dolencias. Otro país en el que abundaban los quebraderos de cabeza debido a las múltiples que podían sufrir sus combatientes eran los Estados Unidos. La razón era sencilla: los patriotas ciudadanos norteamericanos siempre decidían que uno de los mejores negocios para poner cerca de los campamentos militares eran los prostíbulos. Eso llevó a los oficiales del «Tío Sam» a tomar una serie de medidas de urgencia para evitar los contagios. 
El ejército de prostitutas nazis ideado para luchar contra las enfermedades sexuales
Jesús Hernández, periodista y escritor
JORGE MONTERO
La primera fue entregar cuatro preservativos a los combatientes. No obstante, se terminó demostrando que ese número era totalmente insuficiente, pues mucho se dejaban el sueldo en estos establecimientos. Por ello, hubo que recurrir a la «artillería pesada» (y nuca mejor dicho) y se barajó la posibilidad de prohibir el alcohol entre la soldadesca. La medida, no obstante, no fue aprobada. Y es que a Roosevelt le pareció algo impopular que podía acabar con soldados muy enojados.

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