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sábado, 18 de abril de 2015

Un instante del valor dominicano

LECTURAS POR GUILLERMO PIÑA-CONTRERAS

Había que tener más de 15 años de edad en 1960 para comprender hoy lo que fue la dictadura de Trujillo. No desde el punto de vista histórico, sino para tener conciencia de lo que significaba el miedo, el temor a caer en las garras de la tiranía que desde 1930 había penetrado lo más íntimo de la familia dominicana. Había que tener mucho valor para atreverse, sencillamente, a pensar en contra del dictador y hasta de un pariente. Más aún para intentar poner fin al oprobioso régimen o atentar contra la vida del sátrapa y todavía más para poner en acción el plan que aquella noche del martes 30 de mayo de 1961 dio al traste con un régimen sin parangón en la historia dominicana.
Es difícil explicar y todavía más comprender lo que significó ese acto heroico del 30 de mayo y más aún el de los que se comprometieron a seguir adelante, como esos héroes que expusieron sus vidas, en los minutos que siguieron al ajusticiamiento. Quien no sea capaz de entender ese momento histórico y sus consecuencias, no podría comprender el "30 de mayo" de Josefina Gautier de Álvarez.
El tiranicidio de 1961 tiene aspecto de epopeya. Los conjurados comenzaron a caer pocas horas después del ajusticiamiento, unos en la madrugada del 31, otros fueron arrastrados por la ola represiva de la familia del dictador y los demás, los prisioneros sobrevivientes del grupo de acción, fueron las víctimas indefensas de la sed de venganza de Ramfis Trujillo el 18 de noviembre de ese histórico año.
Entre principios de junio y el 19 de noviembre de 1961, Josefina Gautier de Álvarez y su esposo, Tabaré Álvarez Pereyra, jugaron un papel digno de encomio. En su casa del sector La Julia, de Santo Domingo, estuvo escondido Luis Amiama Tió, uno de los hombres, junto a Antonio Imbert Barreras, más buscados por su participación en el ajusticiamiento de Trujillo.
Conocí a doña Josefina a principios de los años 70. No recuerdo como supe que Amiama Tió se había escondido en su residencia. Desde niño tengo una admiración sin límites por los que se atrevieron a enfrentarse a Trujillo así como por los que lograron la hazaña que, al margen de los conjurados, parecía imposible. El azar, que siempre ordena las cosas como deben ir, me hizo amigo de Virginia Álvarez Gautier, una de sus hijas. Virginia, como sus hermanas, nunca hablaba de que en su casa se había escondido durante seis meses Amiama Tió. Tal vez por ese pudor que ella mostraba, tampoco le preguntaba. Nunca hubiera entendido por qué era tan modesta con respecto al tema si un día no le hubiera preguntado, así como el que se lanza al agua, si era cierto que en su casa había estado escondido Amiana Tió. "Sí", me respondió de la manera más natural del mundo. Sin temor a ser indiscreto, le dije que quería hablar con su papá sobre ese episodio y me dijo que mejor conversara con su mamá.
No fui el último en saber dónde había estado Amiama Tió durante esos terribles meses de persecución trujillista, pero sí el primero que se atrevió a hablar con doña Josefina, con fines de publicación, de esos meses de ansiedad, de miedo y, sobre todo, de esos largos días en que se anidaba en lo más remoto de su conciencia el temor de que, en el momento menos esperado, su casa fuera objeto de la insaciable venganza del agonizante régimen. Una venganza que se podía traducir en una muerte segura para la pareja Álvarez-Gautier, tal vez para las cuatro niñas cuyas edades oscilaban entre los 9 y 5 años, otros familiares e incluso el servicio doméstico. Doña Josefina sabía el riesgo que corrían y aunque había entrado en el complot unos días después del martes 30 de mayo, lo asumió como si toda su vida hubiera estado esperando ese momento para incorporarse a una lucha que nadie se hubiera imaginado que también era suya.
No voy a hablar de "Escondido. Mi 30 de Mayo", ese hermoso, tenso e intenso relato de los meses en que Amiama Tió pudo burlar, gracias al valor de los esposos Álvarez-Gautier el ojo ubicuo de la decadente tiranía. Esa obra todo el mundo la conoce. Lo que el gran público no sabe es que antes y después del libro, su relato se mantuvo siempre igual. Ella no permitió que la imaginación fermentara y la fábula distorsionara su "30 de Mayo". La discreción, la sensatez y el recato de su relato es lo que, años después, me hizo comprender la razón por la que Virginia trataba el tema con tanta naturalidad.
Así pues, cuando los esposos Álvarez-Gautier tomaron la decisión de ocultar, "por unas horas", a uno de los hombres más buscados por el régimen, lo hicieron con la mayor naturalidad del mundo y a sabiendas del riesgo que corrían; pero esa fue una primera etapa, pues no estaban organizados para que esa "visita" estuviera en su residencia de La Julia ni siquiera hasta la salida del sol. Como nadie fue a buscar a Amiama Tió, ni doña Josefina ni su marido vacilaron en organizarse y simular una vida normal, logrando así, sin proponérselo, un acto de heroísmo que sólo los que lo han realizado saben por qué lo hicieron.
¿Por qué? me repito desde aquella tarde de septiembre de 1977 cuando doña Josefina me contó su "30 de Mayo". Nunca tendré una respuesta como tampoco sabré quién fue el que no buscó, aquella madrugada de junio de 1961, a Amiama Tió. Ese no era su carácter, no buscaba incriminar ni acusar, ella y su esposo se habían comprometido con una causa que era la de todo aquel que creía en la libertad. Doña Josefina Gautier de Álvarez, así como su marido, simbolizan un instante del valor dominicano.
Desde niño tengo una admiración sin límites por los que se atrevieron a enfrentarse a Trujillo así como por los que lograron la hazaña que, al margen de los conjurados, parecía imposible. 

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