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jueves, 13 de noviembre de 2014

Cuando un cambio político no es suficiente

Por Emmanuel Franjul. 13 de noviembre de 2014 - 12:08 am - 
Quizás los próximos grandes cambios sociales y políticos vengan de los ciudadanos y no de los partidos; o tal vez de ambos gracias a la proliferación de nuevas opciones y movimientos emergentes. Pero para empezar, deberíamos recuperar el valor de la palabra “cultura”.
Emmanuel Franjul

Emmanuel Franjul

Graduado Ingeniero en la Universidad de Cornell, con Maestría en Finanzas y Administración de Empresas (MBA). Analista financiero en Frontier Capital, un fondo de inversiones en los EEUU. Miembro del consejo de la Mariposa DR Foundation. Especialista en gestión financiera y en análisis de inversiones bursátiles y de capital riesgo.
A pesar de los tantos cambios de gobierno que han habido en el país en los últimos 45 años, y a pesar de 3 partidos diferentes haber dirigido las riendas en por lo menos 3 ocasiones cada uno, los principales problemas que el país enfrenta en el presente son los mismos que enfrentaba en el 1975: un alto nivel de corrupción e impunidad, un sistema de salud en pedazos, una brecha entre ricos y pobres que se hace cada día más amplia, un sistema eléctrico sumamente costoso e ineficiente, una clase política privilegiada y clientelista, y un alto índice de criminalidad.
Por eso se hace evidente que lo necesario no es un cambio político, sino un cambio en la forma de hacer política. Se requiere una transformación profunda en el papel que cada ciudadano juega en la sociedad. A la vez, eso es posible solo con un cambio radical en la moralidad y la cultura de ilegalidad que impera en cada estrato social del país, desde los más ricos hasta los más pobres.
El uso cotidiano de la palabra “cultura” se refiere al espíritu folclórico de nuestra identidad. Incluso el propio Ministerio de Cultura se enfoca en esta definición cuando desarrolla planes culturales. Pero el término “cultura” originalmente no tenía nada que ver con el folclore, sino que significaba la cultivación del alma o la mente. Un conjunto de saberes y pautas de conducta de un grupo social.
Imponer una cultura ciudadana engloba la protección y la promoción de derechos, que permiten la convivencia pacífica entre las personas y que resguardan el patrimonio común. El vínculo entre cada persona y el entorno, su conducta y su participación en la toma de decisiones respecto a intereses colectivos, no los intereses personales del “sálvese quien pueda” que nutren la  corrupción y la criminalidad, forman parte de este concepto de cultura ciudadana.
Las políticas de cultura ciudadana son compatibles con todo tipo de gobiernos democráticos, sean estos de izquierda o de derecha. Eso se debe a que ellas se preocupan por asuntos elementales de convivencia, como respetar las filas (no hay privilegiados), someterse a la ley (la Constitución es la fuente de la autoridad) y defender lo público (el dinero del Estado es sagrado). Estos principios son tan elementales que anteceden a toda controversia política y más bien parecen consignas morales o mandamientos civiles. Sin embargo, hoy los políticos son los primeros en dar el mal ejemplo con el incumplimiento de estos principios. Para empeorar las cosas, la veneración cotidiana y generalizada del “tigueraje” es totalmente opuesta a la cultura ciudadana.
El éxito de ciudades como Bogotá en la implementación de políticas de cultura ciudadana ha consistido en combinar esos principios civiles con sanción a los incumplidores. El exalcalde de Bogotá Antanas Mockus resumía todo esto de la siguiente manera: “Primer anillo de seguridad, tu conciencia. Segundo anillo (si tu conciencia falla), tus vecinos, amigos y colegas (la vergüenza). Si la autorregulación y la mutua regulación no bastan, policía y justicia. En ese orden”. O sea, robar sería un acto impedido por la conciencia y la ética personal, no por el hecho de ser ilegal. Pero si la conciencia no es suficiente, y la vergüenza social no funciona, entonces la consecuencia legal que conlleva el acto sería suficiente para prevenirlo. Si no hay consciencia, ni vergüenza, ni un sistema legal imparcial, entonces la cultura ciudadana simplemente no existe.
Si los tres mandamientos civiles se cumplieran (igualdad de todos, estado de derecho y respeto por lo público) en la República Dominicana tendríamos una revolución moral, que sería más  profunda y duradera que la que hoy nos prometen los partidos políticos tradicionales. Es decir, los mandamientos civiles estarían tan apegados a nuestra conciencia que simplemente formaran parte de nuestra cultura.
Quizás los próximos grandes cambios sociales y políticos vengan de los ciudadanos y no de los partidos; o tal vez de ambos gracias a la proliferación de nuevas opciones y movimientos emergentes. Pero para empezar, deberíamos recuperar el valor de la palabra “cultura”.

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